UN HOMBRE RENACENTISTA

Antes de ir a la primera entrevista para comenzar este libro, encontré en YouTube un video que firmaba una mujer llamada Carol Sarli. Allí contaba que al conocerlo en su juventud concluyó que se trataba de un «pobre diablo soñador con grandes ínfulas», al que le tenía cariño y admiraba por su fuerza y por su consistencia en la inconsistencia. El video mostraba una sucesión de láminas musicalizadas con textos que contaban la breve historia. Lo conocí a principios de los noventa, jugando billar y vestido con una camisa blanca de cuello Mao. Mi primera impresión fue la de un hombre atractivo de pocas palabras. Poco tiempo más tarde me invitó a tomar un café para conocernos más; nunca olvidaré lo confuso que fue para mí conversar con él. Me parecía ilógico que me preguntara cosas como por ejemplo el color de mis sábanas. Lo peor para mí fue darme cuenta de que realmente profundizaba en tu vida personal en solo cuestión de minutos. No puedo negar que me pareció muy confuso, pero a la vez muy interesante. En aquella época escribía poemas; estaba en el medio publicitario y de negocios; practicaba la psicología y también participaba en campañas políticas. Todo un revoltijo en mi opinión, pero el hombre emanaba espíritu de lucha y se percibía en él una sed de triunfo evidente. Con el tiempo descubrí que sus días estaban dedicados a trabajar y pensar en estrategias para el éxito, sin importarle qué día de la semana era; no descansaba hasta tener el resultado que él deseaba. Su forma de ser y su pasión me confundían muchísimo. Todo era un misterio. Yo particularmente llegué a la conclusión de que era un inconsistente; que sabía lo que quería en la vida, pero a la vez su forma de ser no le permitía llegar a ningún lado. Muchas veces me preguntaba cómo lograría llegar lejos si no se enfocaba en un objetivo fijo; incluso, personas cercanas a mí lo llamaban looser, el perdedor, porque aquel hombre tenía ínfulas de grandeza y en realidad no tenía ni para pagar la gasolina de su medio de transporte, además vivía en un espacio que creo no pasaba los 20 metros cuadrados. En pocas palabras, era un pobre diablo soñador con grandes ínfulas. No por eso dejé de tenerle cariño; en cierta forma admiraba su fuerza y su consistencia en la inconsistencia. Durante mucho tiempo, solo nos comunicábamos esporádicamente por teléfono. 17 años más tarde, pude ver con mis propios ojos los logros de este hombre, y hoy tengo el honor de tragarme las palabras que un día llegué a decir. J. J. nunca contradijo su esencia; convirtió su forma de ser en una forma de vida; demostró que no solo se puede, sino que él pudo. Hoy J. J. Rendón es el hombre detrás de las imágenes más atrayentes. Es el estratega más influyente de Latinoamérica. Es el más querido y a la vez el más atacado por los medios de comunicación. En palabras sencillas, J. J. es el hacedor de presidentes. «¿Verdad que está cool?», me comentó el estratega cuando le dije que había encontrado el video, y agregó que Carol hubiera podido sencillamente guardarse todo eso, y no pasaba nada. Él nunca espera nada. Sin embargo, creo que en el fondo, aunque esté acostumbrado, le sigue causando desazón que en algún momento de su juventud algunos no lo hayan tomado en serio. No es el caso de Marisela. Cada mañana, ella encontraba una flor en el parabrisas de su automóvil. Era una rosa roja de tallo grueso, largo, y muy olo rosa, que por sus años de estudiante de medicina en la Universidad Central de Venezuela, le alegraba las mañanas. No había nota alguna que acompañara la flor; tampoco pistas acerca del responsable de aquella sutileza matutina y recurrente. Pero ella tenía la certeza de saber a quién atribuirla. Sabía que eran de él, de su amigo Juan José. Eran siempre iguales, bellas, frescas. Alguna vez le dijo que eran de un jardín cercano a su casa. Era una linda sorpresa para comenzar el día, recuerda treinta años después la doctora Marisela, cirujano plástico. Se conocieron cuando ella, buscando ahorrar para hacer un viaje, trabajó como anfitriona en una pizzería de moda en Caracas, Pida Pizza, durante sus vacaciones de verano en la universidad. Había un muchacho con una profunda mirada que iba frecuentemente; siempre solo. Se tomaba un café o algo refrescante, y se iba. Un buen día le dejó su tarjeta de presentación con su teléfono y continuó visitándola en el local. Así se conocieron. Comenzaron a salir y a establecer una amistad de muchos años. Lo primero que llamó su atención acerca de aquel joven fue su mirada; luego su perseverancia y sus temas de conversación. Eran totalmente diferentes a los que trataba con sus amigos de esa época, e incluso con cualquier otra persona. Eran temas profundos, complejos, de esos que dejan pensando por mucho tiempo. Apenas pasaban de los 20 años y sin embargo entablaban conversaciones de mucha profundidad, por largas horas, bien sea personalmente o por teléfono, hasta tarde en la madrugada. Recuerda que siempre fue muy analítico, que le interesaba estudiar las relaciones humanas y que leía mucho. Todo tenía un significado para él. —¿Qué es la amistad para ti? ¿Cuántos amigos tienes? —Tengo muchos. Hay amigos que he ido dejando en los diferentes países donde he estado, cuatro o cinco por país, que es un montón. Tengo amigos desde la primaria también. Soy amigo de mis amigos y muy leal también, algo que espero que sea recíproco. En el momento en el que deje de ser así, pues esa persona ya no estará en mi lista. Soy exigente. Tiene que haber respeto mutuo, tolerancia y aceptación de cada quien como es, y no hay sentimientos negativos como por ejemplo la envidia; pero si aparece cualquier síntoma de esos enseguida lo hablo y llamo la atención la primera y la segunda vez. Si no hay cambios, a la tercera se acabó la relación y se los digo, porque eso no permite tener la calidad de amistad que a mí me gusta tener. —¿Qué es un amigo para ti? —Alguien que te acepta, y es algo bidireccional, es decir, que tú aceptas también. En la amistad o en las relaciones, todo debe ser equilibrado, recíproco, sano. Alguien que te respeta, te entiende, es solidario contigo y no en términos materiales sino afectivos, que está ahí cuando tú lo necesitas; alquien cuyas críticas siempre son constructivas, que te apoya cuando recibes ataques o críticas destructivas y que compensa la maldad del mundo. Un buen amigo es suficiente para acabar con un millón de mensajes en Twitter que te dicen «ojalá te mueras, opositor de porquería». Basta que un amigo pase y se siente a hablar contigo dos horas y te dé un abrazo, entonces de ese millón de ataques, quedaron mil. Te llama otro amigo y quedan cien; después una amiga y quedan diez. Entonces te vas a la cama leyendo los textos de tus verdaderos amigos y te duermes en paz, porque el amor cuando es auténtico siempre es más poderoso que el odio. Yo creo que he sido afortunado teniendo amigos de verdad. También me ha pasado que, por cosas de la vida, tanto por mi carrera como en distintos momentos de mi vida, he tropezado con personas que se comportan como si fuéramos amigos, gente que no conozco personalmente, pero tienen referencias de mi trabajo o me aprecian ve a saber por qué razón y están ahí; me mandan artículos, me saludan, y se alimentan de que les respondo y eventualmente hablo con ellos, no todas las veces, pero lo hago, y nunca nos hemos visto personalmente. Son personas que siempre están ahí, que son constantes. Es interesante. Nunca me piden nada a cambio, porque hay otros que tratan de acercarse por interés; eso se les nota.
—¿De qué te sientes orgulloso? —De ser un buen hijo, aunque la palabra orgulloso no me gusta, me parece selfish; digamos que me siento bien, me contenta, dentro de las cosas que me dan satisfacción en general. Creo que he sido un hijo que ha sabido ser recíproco con las personas que me han dado amor, que me dieron la vida, los valores, los principios, la enseñanza, y me pusieron en un camino. Me da satisfacción ser un buen amigo. Soy amigo de mis amigos. —¿Qué significa para ti ser amigo? —Que la persona puede contar contigo en los momentos difíciles. Alguien a quien no juzgas ni te juzga. Puedes ser amigo de alguien que no es amigo tuyo, y alguien puede ser tu enemigo y tú ni lo sabes. Me ha pasado; pero como decía Borges, yo no hablo de venganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón que existe. El tema del olvido me parece fabuloso. Quizá esa es una de las cosas personales con las que me siento satisfecho. Mi capacidad de olvido. Cuando la gente me cuenta cosas privadas, personales, y me dice que es un secreto, yo literalmente, no se cómo lo hago, pero me olvido. Tanto así que, si años más tarde me pregunta, tengo que decirle que me lo cuente de nuevo porque lo olvidé. —¿No estarás exagerando? —¡No! Literalmente me olvido. —¿Olvidas las cosas malas? —Hay personas que no nombro para no tener esa energía presente y con el tiempo se diluyen. Llegan nuevas caras. Yo entiendo que la memoria funciona al revés, que estamos hechos para recordar lo malo por un tema de preservación de la vida; qué fruto envenena, qué animal es peligroso, todo para evitarlo. Recuerdas la regla, sacas la moraleja y pasas la página. Otra cosa que me da mucha satisfacción es tener la tranquilidad de haber hecho todo lo que podía en todas las situaciones. Eso me da profunda satisfacción, es como una mezcla de ética personal y de trabajo, pero sobre todo de responsabilidad con lo que el otro te delega.

—Hay gente que no sabe pedir disculpas, o le cuesta. ¿Tú sabes?
—Yo sé las dos cosas; sé pedir y sobre todo, sé aceptar disculpas, que es más difícil. Pedir disculpas es muy fácil. Difícil es aceptar las disculpas de una persona que durante diez años te ha hecho la vida imposible, pero hace un acto de contrición por su salud, por su vida espiritual, por su familia, por algo que lo hace cambiar, y se acerca y te dice que se equivocó contigo, que se arrepiente de lo que te hizo, y te ofrece disculpas desde el corazón. Gente que sabe el daño que esa persona trató de hacerme, se asombran y me dicen que no saben cómo puedo aceptar esas disculpas.
—¿Eres consciente de que algunas personas piensan que eres arrogante?
—Sí, claro. Es muy posible. Entiendo que me vean así. Yo creo en la humildad, no creo en la modestia. No ser modesto te puede hacer lucir arrogante. A mí no me molesta la arrogancia, ni la veo en la gente; tampoco la veo en mí. Tengo un poema que dice algo así como «de muchas maneras fluye el ser en la vida. Una gota de rocío es un indicio. Rápido corre la liebre; certero se mueve el halcón, sigiloso se mueve el gato. Diferentes ritmos. Mientras tanto, el ser, el universo, se ríe y se transparenta…». No es literal, pero es la idea de lo que dice. Creo que le puse de título «Influjo». Al final dice, «¿acaso puede un capullo al abrirse pasar por soberbio?» Y yo no creo que el águila cuando vuela alto es soberbia. Tampoco creo que cuando el pichón vuela bajo es débil. Cada quien es el animal que es o que la vida le llamó a ser. Yo no tengo esa sensación cuando veo a una persona que actúa heroicamente o que destaca. Si tú me dices que te graduaste con honores en Harvard, a mí no me parece arrogante; me parece que estás enseñándome las plumas como las enseñaría un pavorreal, si lo haces con el tono adecuado y la intención es sana, que también es muy importante. —Un show off… —No. Un show off implicaría una dosis de mentira, algo así como fake it until you make it. A mí me parece que cuando los perros corretean, juegan, y parece que se muerden, o los caballos corren por la pradera, lo que están es expresándose. Yo no creo que al volar, el águila mire a los demás pájaros y diga, pobrecitos volando allá abajo, no. Si en la natura no hay envidia, lo que hay es expresión y yo me conecto como ser humano con esa naturaleza, a mí me parece que la expresión del talento de cada quien es su plumaje, la exudación de lo propio. Ahora, cuando alardeas de cosas como dinero, prebendas, títulos nobiliarios, cargos que son pasajeros, abolengo, ahí sí veo prepotencia, soberbia o arrogancia. Yo lo que soy es un tipo intenso. —Define intenso. —Soy disciplinado, laborioso.Tengo un tono incisivo y un carácter fuerte, uso expresiones tajantes, directas. Soy políticamente incorrecto, me gusta la sinceridad cruda y a alguna gente eso le suena fuerte. Cuando me doy cuenta de que estoy generando ese efecto, lo trato de controlar, aunque no siempre lo logro. Te pregunto, ¿por qué yo tendría que volar más bajito? Si usamos esa lógica de que mostrar tus virtudes o capacidades es arrogancia, entonces los gimnasios están llenos de gente arrogante que exhibe sus músculos para que los otros vean y se acomplejen. Yo veo eso y no me acomplejo, sino que admiro el esfuerzo físico que hacen. Yo prefiero leerme un libro al día. A mí el twelve pack de los abdominales no me interesa; a mí me interesa el del alma y el cerebro. No veo nada de soberbia en eso y respeto la inteligencia. Me gusta la gente inteligente y la gente cándida; gente que no es inteligente, pero es intuitiva, que no es culta pero es espontánea, fresca, y esa frescura también me interesa. —¿Cómo detectas a una persona inteligente? —Por su manera de enfocar y estructurar las conversaciones y las ideas… —Ser culto no implica ser inteligente, ¿o sí? —A mí el vocabulario me importa. Para mí hay una diferencia entre ser culto, preparado, informado, inteligente, analítico. Hay muchos tipos de inteligencia. A mí me gusta la inteligencia integral, sin embargo, no todos la tenemos. En cualquier caso, lo que te quiero decir es que yo no me siento soberbio aunque a veces lo parezca. No niego que pueda haber actuado con soberbia alguna vez, porque cualquier ser humano tiene momentos donde la rabia, la ira o la impotencia le hacen acudir a eso como un recurso que no es deseable. En general no me siento así aunque pueda haber tenido momentos así. Desde hace muchos años hay sentimientos que no sé cómo se sienten, entre ellos la envidia, el odio y la soberbia.
Carol Fariñas dice que el tiempo congela las amistades verdaderas. Tenía décadas sin hablar con él y apenas le escribió un texto, respondió enseguida, a pesar de su apretada agenda. «Fue como si el tiempo no hubiera pasado. Me preguntó por mi familia, por mis hermanos. Hay gente que puede cambiar con el tiempo y con el poder, pero él no». De la época de la adolescencia en El Cafetal, donde eran vecinos, recuerda al amigo que le daba clases a todo el que necesitara prepararse para los exámenes finales, una persona muy espiritual con una profunda inteligencia emocional, aunque jamás pudo imaginar que se convertiría en asesor de presidentes. Tampoco Chely Escalona, que compartió con él los años de estudio en la Universidad Católica. Dice que sigue siendo el mismo «pana» (amigo) de siempre, una persona agradable y simpática. «Aunque en su conversación ahora hay la madurez que da el paso de los años, sigue siendo el mismo y mantiene contacto con gente que conozco. Todavía recuerdo cuando fui su facilitador en un taller de teatro que dictó en La Guaira, en la academia Candy Jazz. La gente quedó encantada porque era un muy buen profesor». Yosbert Vásquez, en cambio, no lo conoce personalmente, pero afirma con convencimiento que se cuenta entre sus amigos virtuales gracias a la osadía que tuvo hace algunos años cuando, siendo estudiante de Ciencia Política, se atrevió a refutar un tuit del estratega. Jamás imaginó que le respondería e incluso que estaría dispuesto a escuchar sus razonamientos y su punto de vista. «¡Me impresionó! A partir de entonces seguimos conversando y compartiendo a lo largo de los años y para mí como politólogo y como venezolano, siempre es un aprendizaje conversar con él. Cuando se han producido esas olas de ataques en su contra por su posición tajante contra la dictadura venzolana, le he propuesto trabajar su reputación en las redes y su respuesta ha sido que la meta es Venezuela. Duerme tranquilo porque yo estoy en paz, me dijo una vez. Al principio pensaba que no tenía sangre en las venas, pero con el tiempo me di cuenta de que en su caso, eso de que practica la resiliencia, las artes marciales y la filosofía zen, es clave en su vida. Muchos no lo creen, pero J. J. sabe escuchar. De verdad. Yo lo admiro y agradezco poder contar con él incluso en momentos en los que le he pedido su opinión en relación a mi propio trabajo como politólogo en República Dominicana». Todo indica que uno de los pocos puntos posibles de encuentro entre quienes admiran y quienes critican al estratega, parece estar en un calificativo: arrogante, un adjetivo que le endosan por igual, unos por su actitud de superioridad, otros por la crudeza con la que habla e incluso su poca modestia. La diferencia surge de aquellos que consideran que sus virtudes sobrepasan su arrogancia. El 16 agosto de 2004, cuando ya había denunciado en varios medios el fraude electoral que observó el día antes en los resultados del referéndum revocatorio del mandato presidencial en Venezuela, Rendón se retiró del set del programa Aló Ciudadano transmitido por Globovisión, apenas comenzó la entrevista en vivo con Leopoldo Castillo, conductor del que se había convertido en uno de los espacios de información y análisis político más visto en plena efervescencia de la crisis venezolana. Castillo confiesa que tal vez lo hizo esperar más de la cuenta y que además, lo consideraba un contrincante político porque en el pasado había trabajado en la campaña presidencial de Rafael Caldera, con quien él nunca comulgó políticamente. «Ellos hablaban del chiripero y yo acuñé el «grupo Baygón» (insecticida). El tal J. J. me parecía un caraqueño pedante, con un know how político, pero arrogante, algo a lo que yo como buen maracucho, le tengo animadversión». Al día siguiente del referéndum, se produjo un hecho de violencia que conmocionó a la opinión pública. En la plaza Altamira, lugar de reunión de la oposición, un pistolero arremetió contra manifestantes que reclamaban la falta de transparencia en el proceso electoral, asesinando a la venezolana Maritza Ron e hiriendo a otras cinco personas. La noticia le dio la vuelta al mundo en segundos y las primeras planas ya no daban prioridad al referéndum sino a los hechos trágicos de la plaza. Cuenta el estratega que, pese a que estaba prácticamente camino al aeropuerto para tomar el avión y regresar a México, decidió aceptar la invitación que le hiciera el propio director del canal de noticias, Alberto Ravell. La idea era no dejar escapar la atención hacia las denuncias de fraude y presentarlas en el programa de más audiencia del canal. Al parecer, dada la premura, ni el conductor Leopoldo Castillo ni la producción del programa estaban informados de la invitación. —Vamos con la siguiente entrevista. ¿Cómo es que te llamas tú? —fue la primera pregunta de Castillo— recuerda el estratega. —J. J. Rendón —¿Y qué es lo que vienes a vender, de qué vas a hablar? —Mire, ciudadano, yo he sido fan de su programa, respeto su carrera y lo admiro, pero usted no tiene que entrevistarme si no quiere, y yo no tengo que tolerar su insolencia y su falta de respeto; así que con permiso, me retiro —dijo, quitándose el micrófono. Al aire y en vivo, se levantó de la silla y salió del set. «Parece que se sintió ofendido y se fue», dice Castillo, quien hoy considera que Rendón es un buen entrevistado, un personaje interesante que ofrece una visión integral del panorama latinoamericano dado que ha trabajado en toda la región. «Él es un luchador frontal que da la cara, y yo prefiero eso antes que otras personas de la política que tiran la piedra y esconden la mano». Décadas después han tenido oportunidad de conversar acerca de la crisis venezolana y el panorama internacional. Lo ha entrevistado varias veces. Lo considera una persona de pensamiento ágil que siempre está al día, aunque le sigue pareciendo muy arrogante. También a principios de los dos mil, la Universidad Simón Bolívar, por iniciativa de un grupo de profesores, decidió lanzar un programa de especialización en Opinión Pública y Comunicación Política que buscaba formar profesionales en estos dos grandes campos que prestan una contribución muy importante a las campañas electorales y al ejercicio de cargos políticos. El conjunto de profesores para el primer trimestre era bastante completo desde el punto de vista académico. Se decidió incorporar a un grupo de personas que tuviesen experiencia práctica en el campo. Para el segundo trimestre, varios estudiantes solicitaron al coordinador, el profesor José Vicente Carrasquero, que invitara como docente a J. J. Rendón, que ya se posicionaba como un importante y prominente estratega de campañas electorales y de gobiernos. Se reunieron personalmente para explorar cómo podría agregarle valor al programa de epecialización. Carrasquero lo recuerda como una persona seria que en su trato combinaba muy bien la distancia profesional con la camaradería que requería aquella primera reunión. «Dedicamos buena parte de la reunión a hablar de la formación de J. J. con especial énfasis en su ya exitosa carrera como estratega de campañas electorales, que era el tema que le interesaba a los alumnos. Él sería sin duda un importante refuerzo al equipo académico del posgrado. Visto el problema del control de cambios que recién comenzaba le informamos de nuestras limitaciones presupuestarias. Evidentemente el pago se haría en bolívares. Recuerdo que nos dijo que no tenía ningún interés en que se le pagara por el curso. Nos hizo saber que se sentía muy complacido de dar clases en una institución de tanto prestigio como la Universidad Simón Bolívar. Le motivaba la oportunidad de formar recursos humanos en un campo que comenzaba a tomar cuerpo en nuestros países y los alumnos quedaron muy satisfechos».
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