Por Rafael G. Vargas Pasaye – @rvargaspasaye
He escuchado a gente que se ha dedicado al mundo de las campañas de comunicación, de gobierno, comerciales y electorales señalar que la elección presidencial de 2024 es la más aburrida que hemos tenido recientemente. No excita, no prende, no genera enojos ni alegrías, no conecta.
Las tantas encuestas que hablan de una notoria diferencia, tampoco abonan a un espíritu de lucha, a una pelea cerrada, a un “hay tiro”, y esto obviamente depende la entidad donde se viva, no es el mismo termómetro en CDMX que en Chihuahua, Quintana Roo, Colima o Nayarit.
En una especie de corte de caja del proceso electoral 2024 comparto diez puntos sobre su carácter, entendido éste como lo señala la RAE: “Conjunto de cualidades o circunstancias propias de una cosa, de una persona o de una colectividad, que las distingue, por su modo de ser u obrar, de las demás”.
Uno. El excesivo tiempo de exposición. Con las anteprecampañas (lo estoy inventando), con las precampañas, y claro, con las campañas constitucionales. Llegamos como electores exhaustos luego de una larga temporada de promocionales, espectaculares, mensajes, y eventos diversos. No se diga el desgaste en las estructuras de los partidos, los candidatos y por qué no decirlo también de los gobiernos que se vieron en la urgente necesidad de “quedar bien” con algún personaje.
Dos. La violencia en todos sus tipos y formas. No es la primera y lamentablemente dudo que sea el último proceso electoral donde seamos testigos de una violencia desmedida, donde los rencillas tanto personales como locales, y los espacios donde tiene presencia el crimen organizado han dejado claro que son un fiel de la balanza en el tema de definición tanto de candidaturas como de resultados, así que todavía falta ver el acomodo que se tendrá el día de la elección. La estadística numérica por desgracia sólo será un récord que deseamos no se repita, pero detrás de cada número hay una persona, un nombre, una familia, algo que se rompió en ese momento, en este momento.
Tres. Las muchas encuestas que se han publicado. Algunas serias, empresas con años realizando estudios demoscópicos y otras recientes que nadie las conocía, cada una con su metodología cuestionable cual creíble dependiendo del color con el que se mire y el interés que se siga. Pero es notorio que el resultado final despejará dudas sobre quién se acercó más de acuerdo a sus datos, y quienes solo funcionaron como un factor promocional o como parte de una estrategia mediática que por supuesto incluye el tema de las redes sociales. Lo cierto es que la investigación de campo, los focus grupo, sondeos, mediciones sí deben estar presentes en los proyectos políticos si se quiere tener una guía, un plan, un objetivo, y no sólo una inspiración.
Cuatro. El notorio uso del sistema. Del llamado “aparato” del gobierno, de los gobiernos, desde el federal, con la conferencia de prensa del presidente Andrés Manuel López Obrador como buque insignia, hasta el municipio más alejado del ojo público donde convocan a los eventos partidistas a sus trabajadores (de base y de confianza) para mantener o acceder a beneficios o bien evitar problemas, o bien realizan labores de limpieza, obra, sistema de agua a favor de una causa o en contra de otra, actividad que no realizaron previamente, digamos cuando no había campaña.
Cinco. Los millones de impactos. Los que llegan por todos los canales a la ciudadanía, el electorado que los ha recibido desde hace tiempo (ver punto uno). En el caso particular de las redes sociales en los tiempos previos a los legales, y a estos mismos sumados los tiempos oficiales de radio y televisión, hacen que prácticamente no nos escapemos de un espectacular, un meme, un spot, un volante, un perifoneo, rebasando nuestra capacidad ya no de retención, sino de tolerancia, pues en el mismo espacio y mismo lugar se dan cita las muchas campañas, ya que las otras campañas de comunicación, las comerciales y las institucionales no se detienen, siguen, y de pronto aparece una candidata o candidato entre la Coca Cola, la Cruz Roja, y un anuncio de vacunación de perros.
Seis. La reglamentación. Con los usos y costumbres, y las acciones afirmativas, que han llegado al ridículo de candidaturas que supuestamente representan a grupos originarios cuando viven en mansiones en los fraccionamientos más acaudalados, o que se asignan el género de mujer cuando son varones, o personas con discapacidad cuando no lo son. Acciones afirmativas que la reglamentación electoral ha promovido para dar espacio a esos grupos vulnerables y minoritarios pero que los partidos políticos han cumplido a sus intereses, caprichos, usos y costumbres.
Siete. Las benditas o malditas redes sociales. Donde tal vez el rey de este 2024 sea el jingle del candidato presidencial de Movimiento Ciudadano que se volvió viral pero que difícilmente se traducirán esas cifras en votos. Pero también hay que analizar a las redes sociales como esa arena de la descalificación, de la cancelación a lo que no nos da la razón, de los insultos y la violencia en público y en privado. Con candidatos y candidatas que piensan que se gana la campana en las redes, cuando éstas se siguen ganando con votos. Con campañas digitales aburridas, predecibles, donde ponen a la figura política como el personaje central y a la gente como actor secundario. Con los memes siendo la parte más entretenida en el ecosistema digital.
Ocho. La duda de la veracidad. Este juego de palabras es porque ya no basta con un dato oficial para que la gente lo crea como verdad, ahora depende de otros factores. El gran tema de la verosimilitud, el campo de la verdad que choca de frente con los otros datos, lo que ven los ojos que no necesariamente coincide con la postverdad. Este punto por desgracia no se concluirá a la par de las campañas sino que nos acompañará en la vid diaria como ya lo hace, y tendremos entonces que librar batallas continuamente no por convencer, eso es más en el terreno de la religión, sino de comprobar que esos datos son certeros, pese a que no se crean.
Nueve. Campañas y candidaturas poco profesionales. Para ser candidata o candidato, al igual que representante, no sólo hay que serlo sino también parecerlo, y lamentablemente muchos personajes de la vida pública electoral en nuestro país no tienen pinta para ello. Muchas y muchas con graves carencias de formación, de dicción, de comunicación, económicas, afectivas incluso. Pero luego con la muy mala coincidencia de tener un equipo (a veces no contratado sino gratuito por evitar un gasto o no tener el flujo) que en lugar de ayudar le perjudica, baste por muestra las tantas piezas en redes, espectaculares, spots y demás que presenciamos un día sí y otro también.
Diez. La esperanza discursiva. El mensaje, la narrativa de la candidata o el candidato de pronto más allá de una elaborada imagen, carece de contenido, de forma y de fondo. El “segundo piso,” el “sin miedo”, “lo nuevo”, o los tantos mensajes locales, deben ser un pretexto para sumar a la campaña, un detonante que nos haga levantarnos de la silla y tomar las herramientas necesarias para luchar una batalla. La esperanza discursiva este 2024 brilló por su ausencia.
Ahora bien, como señala Mario Campos en su libro “Batalla por la atención”: “La simpleza y la emocionalidad son los dos pilares sobre los que hoy está constituida buena parte de nuestra comunicación”, la inmediatez hace que corran el riesgo de la fugacidad, otra vez, compitiendo con tantos impactos deben ser las campañas electorales un verdadero tiro de precisión para que los captemos.
La competencia en todos los sentidos ha sido dura, por eso a veces percibimos enojo en todos los bandos, en otras ocasiones es risa, felicidad. Imaginemos por un momento esas juntas de evaluación donde de pronto los números dicen que se ha mejorado, o al revés, cuando una candidatura va en caída libre. Se necesita carácter para estar allí, se necesita carácter para votar en estas elecciones. Por eso es mejor que quien dé la cara sea el electorado y no quede en tan bajo el porcentaje de participación pese al ánimo que hay alrededor.
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