Por: Jorge David Cortés Moreno
Hace algunas semanas llegó a mis manos un libro con diversos estudios de casos sobre la sociedad francesa, dirigido por el extraordinario y ya fallecido sociólogo Pierre Bourdieu, llamado La Miseria del Mundo del cual profundizaré en otra entrega, por mientras solo relaciono de manera superficial y general algunos aspectos de la sociedad francesa a propósito de los recientes resultados de sus elecciones generales adelantadas convocadas por el presidente Macron. No olvidemos que Francia es una república semipresidencialista gobernada por Emmanuel Macron desde el 14 de mayo de 2017. Desde su inicio hasta la fecha, gobierna en un entorno de crisis, recordemos el movimiento de los Chalecos Amarillos (octubre de 2018). Ahora que está transcurriendo su segundo periodo de gobierno, recientemente disolvió la Asamblea General para convocar a elecciones y enfrentar los resultados de la primera vuelta (30 de junio de 2024), los cuales fueron adversos en general a su partido y proyecto de gobierno. De esta manera la elección de la segunda vuelta (6 de julio de 2024) se configuraron diversas estrategias, casi todas giraron en torno a evitar posibles triunfos de la ultraderecha o magnas derrotas de su gobierno por las diversas contradicciones y conflictos que ha fomentado con distintos sectores sociales, particularmente los sectores de trabajadores, sindicatos y grupos sociales más desprotegidos y vulnerables, es muy probable que haya construido puentes con los centros y la izquierda moderada para evitar el triunfo de la ultraderecha francesa que ya se veía en el gobierno. Sin embargo en esta segunda vuelta, el resultado, producto del miedo, enojo y temor, así como el cansancio y repudio del gobierno de centro- derecha de Macron, hace que obtenga el triunfo la izquierda, en su diversas manifestaciones y expresiones políticas. Así Macron pierde el control del congreso y para gobernar tiene que nombrar a un primer ministro de izquierda. En un nuevo encontronazo entre izquierda y derecha, el presidente de Francia, Emmanuel Macron y Marine Le Pen se vieron las caras en las urnas, ganando el primero unas elecciones que dejaron innumerables preguntas pero una sola convicción: los franceses no están interesados en ser gobernados por la ultraderecha.
No pocos analistas ya habían dado por sentado que Francia estaría en cohabitación, término empleado para referirse al gobierno con un primer ministro y un presidente de partidos políticos opuestos.
Más gestora del tótem familiar que política, puntual administradora de la imagen de su padre, Marine Le Pen crispó los nervios de no pocos franceses que más allá de las promesas de campaña y los planes de gobierno, no tienen interés alguno en apoyar causas que son una afrenta en la democracia europea, con expresiones xenofóbicas, fascistas, ultranacionalistas y proteccionistas. Marine Le Pen es hija del fundador del partido de extrema derecha Agrupación Nacional, Jean-Marie Le Pen, también creador de los Comités Jeanne (jugando ambiguamente con su nombre y el de Juana de Arco), sin omitir su participación como líder del partido Frente Nacional que fue temporalmente suspendido en mayo de 2015 tras haber afirmado que el Holocausto fue “un detalle de la historia”.
Las ocurrencias de Le Pen y su hija han ido funcionando pese a que se le ve en algunos círculos como una colección de lunáticos fascistas: en 2015 Jean-Marie recaudó alrededor de 6 millones de euros para la campaña presidencial de 2017. Por supuesto, no ganó. En ese tenor, hay que entender que Marine Le Pen, más allá de su capacidad para no tener actividad profesional alguna y vivir cómodamente aterrorizando electores, constituye el recuerdo permanente de una ultraderecha que está ahí, disponible para señalarle a Francia y al mundo entero que la amenaza del fascismo se mantiene saludable y preparada para darle una lección a quien no tenga una pizca de conocimientos sobre lo que fue el Holocausto y lo que significa para la humanidad. Le Pen y sus seguidores se manifiestan claramente en contra de la globalización, el sionismo y la migración, sin omitir que se pronuncian por la desintegración de la Unión Europea o al menos que Francia se mantenga lejos de ella. Con semejantes antecedentes se dieron las elecciones inmediato pasadas y la izquierda en coalición obtuvo 178 escaños y es el bloque mayor parlamentario, recordando a 1981, cuando el socialista François Mitterrand ganó la presidencia. Aun así, Le Pen y sus asociados obtuvieron 142 escaños, una cifra que jamás habían logrado recibir. No hay la menor duda que los franceses optaron entre males: entre las rarezas pragmáticas de su presidente y las barbaridades de Le Pen, acudieron con fuerza al voto útil, despachando a otras organizaciones. Diciéndolo en clave mexicana, funcionó el “Todos Unidos contra Le Pen”; fue tal el deseo de evitar que ganara la aludida que todos los integrantes de la coalición a favor de Macron modificaron el arribo de cientos de candidatos “municipales” en donde la extrema derecha tenía posibilidades de ganar un escaño. Era preferible que llegara alguien que tenía capacidad para ganar, aunque no fuera demasiado competente o comprometido con la causa. Chueca o derecha, la elección pasada tuvo una buena respuesta: alrededor del 67 por ciento de participación electoral, claramente superior al 2022 con 46 por ciento de los votantes para la segunda vuelta.
Los franceses, ahora que tienen los ojos del mundo por los juegos olímpicos han dado una lección a la humanidad: más allá de sus diferencias ideológicas y pragmáticas, son capaces de negociar y organizarse cuando un peligro real los acecha. Pero ese ejemplo a la humanidad trae tres elementos a observar consigo:
El más evidente es qué clase de mezcla de políticas se va a dar en la actividad pública real y no en las urnas. Las diferencias entre partidos de la alianza opositora seguramente van a traer consecuencias para el gobierno de todos los días.
Por otra parte, para que la alianza opositora a Le Pen funcionara, se hicieron innumerables acuerdos políticos cediendo tal o cual lugar en aras de que un candidato competitivo le plantara cara a la ultraderecha en algún distrito. Nadie sabe las consecuencias de esas negociaciones a contrarreloj.
Y, Jean-Luc Mélenchon, fundador de Francia Insumisa, y con una gran trayectoria militante en la izquierda francesa, fue de los primeros en celebrar la victoria del Nuevo Frente Popular, organización de diversas agrupaciones políticas que se aliaron para enfrentar la amenaza de la ultraderecha francesa, ha sido tres veces candidato a la presidencia de Francia y busca hoy ser nombrado por Macron primer ministro de la coalición de izquierda.
Sea como sea, considerando que ningún partido consiguió la mayoría absoluta de nada, la inestabilidad y la negociación palmo a palmo son el escenario evidente. Macron tampoco fue precisamente el factor de unidad: los demóscopos franceses le dieron un ridículo 26 por ciento de aprobación antes de que iniciara el proceso electoral, por lo que hay que entender que no ganó él, ganó el Nuevo Frente Popular y perdió Le Pen. Desde su perspectiva, tal vez por la amenaza valió cualquier cosa: Francia estuvo a nada de ser nuevamente gobernada por un régimen de extrema derecha, desde el régimen de Vichy de la Segunda Guerra Mundial. Por lo pronto, Macron le pidió a Gabriel Attal que, continúe temporalmente como primer ministro. Sin embargo si revisáramos a fondo el origen de la crisis en la que está sumida Francia desde hace años, encontraremos como respuesta, diversos elementos que configuran La Miseria del Mundo.
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